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En un pequeño pueblo, un hombre se encuentra postrado en su cama, afectado por una enfermedad terminal, le quedan escasas horas de vida.
De manera inesperada le llega el aroma de su comida favorita:
¡Son empanadas de carne recién hechas! Para él no había nada mejor en el mundo que las empanadas de su mujer, María.
Con las débiles últimas fuerzas que le quedan se levanta de la cama, se dirige penosa y lentamente al comedor y, ahí su olfato se llena de los vapores aromáticos que, desde la masa cocida, rellena de carne y cebolla, emanan en la cocina.
A duras penas, consigue llegar hasta la mesa de madera donde se encuentran las doradas y suculentas empanadas recién hechas y toma una, satisfecho de que su esfuerzo supremo le haya permitido este deseo, que puede ser el postrero.
Repentinamente... ¡Tráck! un fuerte y seco golpe en la cabeza merma sus facultades, nubla su vista y lo hace desplomarse, doblando sus piernas hasta
caer al suelo.
Ahí tendido, gira su cabeza sin fuerza, con lentitud, y con ojos vidriosos alcanza a ver confusamente a su mujer con una pesada sartén en la mano, que gritando le dice:
- ¡Ni se te ocurra, José, que son para el velorio!
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